martes, 23 de marzo de 2010

Cuento corto

La siesta

Languidecían las agujas del reloj pulsera, arrastró sus extremidades liquidas los metros que pudo. En las paredes blancas se perseguían las luces de los coches, de afuera un grito desesperado o una sirena, como los huesos de un viejo con osteoporosis se quejaba el motor de un camión o era el vecino, las formas de su cuerpo se confundían con los muebles modernos que tenía en la habitación. Nunca pensó que el baño estaba tan lejos, supo en ese momento que no iba a llegar, se imagino las moscas cubriendo el charco húmedo y fastidioso que ya pesaba en sus pantalones. Se detuvo un segundo, estiró un brazo para sostenerse de la pared, los dedos del pie se contrajeron como arañando el piso, pensó que tenia largas las uñas.

Tiro la cadena, se limpio con pesar y libre de ropa se recostó sobre el piso del baño.

-Parece el vestido de una mujer de tres tetas

-donde?

-ahí, no ves?

-para mi parece un árbol invertido

-no se

Alguien estaba usando el agua, se escuchaba correr por la pared. Otro estaba moviendo los muebles, por la distribución de los departamentos y por lo fuerte que escuchaba la televisión del vecino imagino que podría estar viendo el noticiero desde el baño, le pareció divertido. Las puertas del ascensor se cerraron en algún piso.

Dejo’ el agua en la hornalla y se fue a prender la televisión. Sonó el timbre. Extrañado fue a atender, nadie respondía. Debió haber sido al lado. Sonó el teléfono, converso de nada con su amigo Osvaldo por lo menos durante cinco minutos, no le conto nada de su incidente previo.

Mientras se retorcía en la cama se acordó de su hermano Joaquín que no veía hace años, mañana lo llamo a ese hijo de puta.

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